Wednesday, December 27, 2006

La importancia de un silbato

Es tarde de mercadillo de intercambio. La gente se aglomera en las aceras de las calles mientras el tiempo pasa. Muchos vagan de acera en acera echando un vistazo a todas las fotos que anuncian objetos en venta, sin prestarle mucha atención a ninguna, dejándose llevar. Otros recorren la calle con premura y ojos penetrantes, como si buscaran algo y temieran que alguien fuera a arrebatárselo. Se pueden detectar pequeñas acumulaciones de gente en determinados sitios, probablemente causadas más por un efecto dominó de atracción de gente hacia un lugar concurrido, que por algún objeto destacado. El tiempo pasa a buen ritmo y en la calle cada vez hay más gente pendiente de los demás que de los productos, cualquiera puede ser el dueño del propósito buscado. En ese momento pueden serlo todos o puede no serlo nadie, y eso crea una expectación que transforma la calle entera. Con esa liberación social que se apodera de las personas con los sentidos ocupados en detectar lo sutil.

De pronto se escucha un pitido lejano pero familiar. La mayoría de los que están allí saben que significa, los puestos de intercambio se acercan. El pitido ha producido reacciones en cadena. Si antes la calle estaba cargada de expectación, ahora ese efecto se multiplica.

El efecto del silbato, lejos del simple aviso de llegada, es fundamentalmente el de detonador de emociones. Igual que el silbato de un antiguo tren de vapor al aproximarse a la estación es el sonido de un reencuentro, o del comienzo de una aventura. El de aquí es la posibilidad de una amistad, la alegría de un logro, la tranquilidad de una costumbre. La gente empieza a alinearse a los lados de la calle, respetando una línea imaginaria que nadie a trazado. Aun falta para que lleguen los puestos, pero esa premura que invade a las masas cuando algo se acerca hace presa de casi todos los viandantes. Su atención, sin embargo, no esta pendiente de visualizar el convoy de puestos. Las miradas fugaces se cruzan por todos lados, buscando alguien que desee algo tuyo, imaginando quien puede ser el dueño de tus deseos, interpretado cada pequeño detalle de los que hay alrededor.

Por fin el convoy comienza a llegar lentamente, la rapidez no es necesaria, ni siquiera es conveniente, cada segundo hace crecer una expectación valorada en la creación del evento.

Una chica joven se sitúa nerviosa en primera fila, sosteniendo en sus manos la foto de un objeto que ha despertado su instinto, busca un amor, una aventura, emociones, conocer a alguien, y cree haber visto en ese objeto a una persona afín a ella. A su lado un niño pequeño observa con los ojos desorbitados, como llega el convoy en donde podrá conseguir ese juego que su familia no le puede comprar, a cambio de uno de sus libros ya leídos. Detrás de ellos, un hombre mayor espera con la paciencia de quien ha convertido estar tardes en costumbre, de quien a reconstruido con su imaginación a tantas personas escondidas tras el biombo de separación de los puestos de intercambio. Cada uno de los asistentes tiene un motivo, todos ellos espoleados por el simple silbato. Y en el periodo en el que se produzcan los intercambios de hoy, esas finalidades se medirán en un fuego cruzado que florecerá en contadas pero fantásticas ocasiones. Todo esta construido para eso, todos están concienciados para eso.

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